Número 38 - Agonizado en dolor, Ágape en vano (en español)
Quisas pensé que, de algún modo, era el aniversario de algún tipo de masacre. ¿Había ocurrido algún tipo de tragedia en estos primeros días de noviembre? Tenia que haber ocurrido algún tipo de ...
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Aunque no puedo explicar exactamente por qué pensé, hace unos días atrás en noviembre, que habíamos llegado al aniversario del tiroteo de la iglesia de Charleston, me encontré en línea buscando cuándo fue ese tiroteo. La Iglesia Episcopal Metodista Africana fue la primera de este tipo fundada por una sociedad de ayuda mutua, conocida como la Sociedad de Africanos Libres. Uno de los fundadores de este grupo, Richard Allen, fue esclavizado anteriormente, y fundó la iglesia como un espacio donde los afro americanos podría adorar sin discriminación. En este espacio de compañerismo, nueve personas fueron asesinadas y cinco más lesionadas, mientras estaban en círculo, tomados de la mano en oración durante una reunión en la iglesia E.M.A. más antigua del sur de Estados Unidos. Descubrí que el tiroteo tuvo lugar el 17 de junio de 2015.
Quizás pensé que, de alguna manera, era el aniversario de algún tipo de masacre. ¿Había ocurrido algún tipo de tragedia en estos primeros días de noviembre? Tenía que haber ocurrido algún tipo de tragedia en estas fechas dado la duración del período. Así que la ciudad esclavista de Charleston, fundada en 1670, se me vino en mente ayer en una conversación con un familiar.
Uno de mis hermanos quería saber a qué distancia estaba un pueblo llamado Pineville, en Carolina del Sur, de una ciudad más grande. Yo había pasado bastante tiempo en Pineville cuando era niña, y se encuentra a sesenta y cuatro millas al noroeste de Charleston. Una de mis hermanas era buena amiga de una compañera de la universidad cuya familia era de Carolina del Sur, y nuestras familias crecieron juntas, crecimos con un vínculo fuerte, entrelazadas como primos, compañeros de juego, amigos.
A la edad de cinco o seis años, mi hermana gemela y yo pasamos un año, tal vez más, en Pineville, Carolina del Sur. De hecho, hicimos nuestro primer año de educación oficial en la escuela primaria J.K Gourdine, con la señorita Glisson como nuestra maestra de primer grado, una maestra con una maravillosa predilección por el uso de rimas y ritmos en el aula. Como muchos niños en áreas de campo, nos metimos en todo.
Creo que teníamos bicicletas, o tal vez simplemente jugábamos en la carretera. Íbamos por caminos de tierra y sus acequias una y otra vez. Exploramos casas vacías y llenamos las camisas con rebabas. Los domingos íbamos a una iglesia bautista vestidos de flores y Merceditas. Cada domingo lavábamos a mano los cordones de los zapatos y brillaba el blanco sobre el negro de los remiendos de nuestras Merceditas. No era una iglesia de asistirse de cualquier manera. A nosotros nos encantaba cómo cocinaba nuestra Mamita Caroline. Pues casi todo, porque no me gustaba el hígado guisado, pero su salsa sí me convencía. Estaba deliciosa. También preparó algún plato de okra que inició mi amor por las comidas viscosas, como el plato senegambiano sopaou kandja, o bissab, una planta verde que se encuentra especialmente en el plato nacional de Senegal, el thiebou djeun. Su sabor es picante y ácido, completo.
Mi esposo John y yo regresamos a Pineville de visita hace unos dos años. La ciudad se encuentra no muy lejos de Moncks Corner, Carolina del Sur, una ciudad con mucha historia que recompensa inmediatamente a quien busca el origen del tráfico de humanos de este país aunque sea de manera superficial. Este rincón cuadrado del mundo redonda fue nombrado por Thomas Monck, un esclavista que marcaba a sus esclavos con su nombre, "T Monck".
Nos alojamos con mi Mamita Caroline durante esta visita, en una habitación bonita y espaciosa - ¿pintada de rosa? – una casa no tan lejos de la autopista SC 45. Actualmente la llamamos Mamita Rose a la Mamita Caroline. A veces no estoy segura de cómo llamarla: Mamita Caroline, Mamita Rose, mama Caroline, mama Rose. Estoy segura de que cuando era niña la llamábamos solamente abuela porque eso era lo que ella era para nosotros. Pero a medida que crecí y nuestras familias se separaban, no sabía cuales palabras de honor debían de salir de mi boca y, posteriormente, no moví mis labios para llamarla de ninguna manera.
Si la llamaba Mamita Rose, ¿eso significaba que volvía a ser abuela? Si la llamaba mamá Caroline, ¿era mamá? Cuando pienso en la ciudad donde pasamos dos de nuestros primeros años de vida, unas cuantas palmeras salpicando el paisaje, la iglesia que acudíamos justo al final de la calle, la escuela primaria un poquito más allá, muchos muchos árboles y el largo camino de tierra; hoy pienso en una historia corta que leí recientemente de la escritora catalana Mònica Batet, traducido por Marialena Carr y Julia Sánchez.
Aunque hablo un poco de español, no estoy muy familiarizada con el catalán, lo cual entiendo a través de un amigo que es un idioma derivado del latín, como el gallego, portugués, español, sardo, italiano o rumano que hoy en día se habla en España, Francia, Andorra e Italia. La lengua tomó forma en los siglos 7 y 8. Hace mucho tiempo.
En cualquier caso, sin revelar mucho, la historia se desarrolla en un bosque muy apartado de la ciudad, en un ambiente muy campestre. Una mujer, el personaje principal, cuyo nombre no se menciona, al que se refiere de manera prosaica como ella, se casa con una persona de esta villa campestre. Ella se muda a la casa de él en esta zona muy, muy boscosa de esta ciudad anónima de donde es su familia. La historia, titulada “Tramsa, Tromsa, Tramso” explora la idea de una especie de conciencia colectiva, un recuerdo que se ha aferrado a las ansiedades de nuestra ella, la esposa de Joan. Su marido es Joan, cuyo nombre si aparece en la historia. Después de enterarse de que su esposa está viendo paisajes, escuchando voces corales, música, viendo mujeres pelirrojas, trazando la forma de sus manos en un papel, su marido llama a un médico local, el médico de pueblo.
Sorprendentemente para mí, el médico está bastante preparado para ayudar a esta joven mujer, prescribiendo principalmente psicoterapia. La idea de que había un terapeuta en este pequeño pueblo me hace gracia y pensé en mi pequeña visita a Pondicherry, India a mediados de 2014.
Me sorprendió gratamente que esta zona del sur de la India verdaderamente nostálgica, y también barrida por un polvo aromático y encontré un anuncio de un psiquiatra, indicando su nombre y horario, literalmente a pasos del apartamento donde me hospedaba cuando estuve allí.
De manera secundaria, yo había decidido que en este viaje compartir con mi anfitrión algunos de mis vulnerabilidades de salud, si debo describirlo de alguna manera. (Imagino que es una buena manera de decirlo). Animado por mi madrina, y, después de tener otras experiencias de viajar y desorientarme, esta decisión de revelarlo fue francamente una medida que me salvó la vida. Mientras salía del apartamento, me encontré mirando a la gente que entraba y salía de su oficina. Una mujer joven se dirigió mareada hacia mí. Absorta en sus pensamientos, ligeramente desaliñada en una zona donde las personas vestían de colores y con ropa bien ajustada ¿Tenía ella un niño?
Pero volviendo a la historia, pensando en Pineville, pensando en Charleston, y en este pueblo sin nombre, el médico se da cuenta de que esta mujer, tal vez, (más tarde, se confirma de hecho) tendría una dolencia que se ha visto previamente en otras mujeres, en lugares donde hay poco sol, especialmente en los meses de invierno. El descubre que la llamada de voces, la sirena de música que la esposa sigue escuchando, finalmente la obliga a abandonar repentinamente su casa, su marido, su suegra y su hija de ocho años.
El personaje del cuento de Batet me recuerda a un personaje del cuento de Aminatta Forna en La memoria del amor. Una vez más, no profundizaré mucho en esto, pero la novela narra las experiencias de un personaje femenino, Saffia, y saca a la luz esta noción de un estado de fuga, un estado en el que una persona puede viajar a algún lugar pero luego no recordar haberlo hecho. Así, en la obra de Forna, Saffia -espera recordar esto bien - termina a muchas millas de distancia, a veces en pueblos lejos de su hogar y su familia. Ambos lidiando con el trauma de la guerra civil de 1991 en Sierra Leona, y tal vez de su propio trauma, el personaje tiene dificultades para expresarse emocionalmente y con frecuencia desaparece. A su familia le lleva tiempo localizarla y traerla de nuevo a casa.
¿Por qué esto hoy? ¿Por qué estoy pensando en el estado de fuga, lenguas extranjeras, viajes en el tiempo y el espacio? Supongo que la historia de Batet se quedó en mí, honestamente, por cuán ardientemente vinculada estaba a la novela de Forna. Tiene alrededor de 500 páginas, mientras el relato de Batet quizás tiene diez. La Memoria del Amor fue uno de las últimas novelas que leí por completo, probablemente hace varios años ya. Recuerdo que nunca había oído sobre el estado de fuga y me pregunté si era, de hecho, un fenómeno real.
¿De alguna manera conecté ambas historias conmigo mismo, con mis propios viajes, experiencias de pensamientos que se mueven rápidamente, dando vueltas en mi mente, o yendo a lugares en los que inicialmente no había planeado estar? Supongo que algunos de los malestares me llegaron, su descontento y trauma como algún grado de neurosis.
No tengo mucho más que agregar aquí, a estas alturas, solo decir que, en unos 3000 días, o el período aproximado de los días que han pasado desde el tiroteo de la iglesia de Charleston, será, si Dios quiere, casi el aniversario del día después al que conocí a mi esposo. Será abril de 2034, semanas antes o después del Domingo de Pascua. A este punto, hoy estamos unos nueve años antes del Domingo de Resurrección de 2034. Entonces habrán pasado casi diecinueve años desde del tiroteo en la iglesia de Charleston, y imagino que mis sobrinos, que hoy son bebés, serán adultos con casi diecinueve años, capaces de votar, faltando dos años de la edad para poseer de armas de fuego.
¿Habrán recordado o siquiera conocido la masacre? ¿Dónde estarán? ¿Estaré yo? Si he dejado la ciudad, ¿estaré en un pueblo como Pineville? ¿Estaré bien allí? ¿A salvo de una masacre como yo misma? ¿A salvo de masacre yo mismo? Si ocurre una masacre ese año, o ese día, ¿a qué distancia estaré? ¿O estaré allí en medio? ¿Habré caminado hacia allí como el personaje de Batet o Saffia? ¿Llamada por cantos de espíritus? ¿Serían esas voces las de los Nueve de Charleston, o algún otro grupo de muertos? Si caminara hacia la visión de los perdidos, ¿Lograré escapar? ¿Por qué caminaría hacia la visión de los perdidos? ¿Por qué iría hacia una visión de dolor? Medir dos veces la longitud de la pérdida es cortar de una vez el sitio del amor. Medir dos veces la brecha de la ganancia es cerrar de inmediato el sitio del dolor.